Jimmy Entraigües.- Belén Jiménez Gómez es Licenciada en medicina y cirugía, especialista en psiquiatría. Se ha formado, entre otros enfoques, en psicoterapia humanista integrativa, psicoterapia familiar sistémica, psicoterapia grupal, mindfulness, compasión, psicoterapia sensoriomotriz y somatic experiencing. Tras años de trabajo en el sistema nacional de salud (en centros de salud mental y unidades de hospitalización psiquiátrica), ejerce en consulta privada, compatibilizando la labor asistencial con la docencia en talleres de psicoterapia para médicos y psicólogos. Hace muy pocos días Jiménez Gómez acaba de publicar 'Manual de gestión emocional para medicos' (Editorial Declée De Brouwer).
Pregunta: Transformar la vulnerabilidad en recursos es el subtítulo del libro.
Belén Jiménez Gómez: Me costó darme cuenta de que la vulnerabilidad no es algo que ocultar, sino una capacidad para empatizar con los pacientes. El rol aprendido de médico distante e imperturbable no me era útil ni me satisfacía. Sin reflexionarlo, solemos continuar el legado de un posicionamiento artificialmente opaco. Reconocerme en el paciente, me ayuda a guiarme en las intervenciones, porque puedo intuir sus emociones y necesidades para que el encuentro en consulta se produzca.
P.: Reconocer su propia vulnerabilidad le hace entonces mejor médico
B.J.G.: Sí, además me ahorra mucha energía empleada en disimular mi afectación y me conciencia en la necesidad de cuidarme para ser mejor médico en coherencia con lo que promulgo. Curiosamente quienes orientamos en salud, muchas veces somos el peor ejemplo de autocuidado.
P.: ¿Por qué decidió prescindir de la mesa y de la bata en consulta?
B.J.G.: Ya desde la época de estudiante notaba la diferencia en el comportamiento de las personas por pasear con bata por el hospital. Percibía miradas de miedo, admiración o tensión… reacciones poco naturales que limitan la espontaneidad.
P.: ¿Tuvo también alguna experiencia como paciente que le ayudó a ejercer como médico?
B.J.L.: Sí, asistí como paciente a un grupo de terapia donde fui testigo del trabajo personal de una chica con muchos diagnósticos psiquiátricos y me quito el sombrero ante la valentía de su exposición. Me di cuenta de que los dos colectivos somos lo mismo: personas con deseo de sanarse y ser felices, con lo cual entendí que la mesa y la bata solo me distanciaban y me significaban como “distinta”. Me gusta mucho una definición del encuentro terapéutico como “un proceso interpersonal planificado en el cual, la persona menos enferma, el profesional, intenta ayudar a la más enferma, el paciente, a superar un problema”.
P.: Cuéntenos sus sensaciones como paciente
B.J.G.: He sentido incertidumbre al acudir a una consulta y miedo a molestar si pregunto u opino. He valorado recibir un acogimiento que me relaje… como paciente de psicoterapia el lenguaje es esencial no solo en el contenido, sino también en la forma: las palabras elegidas, el tono de voz, la intencionalidad de no-juicio, la mirada de genuino interés... Mi mayor maestro ha sido mi experiencia, inicialmente como paciente y después el feedback de mis pacientes (qué les ha servido más, a qué le dan importancia, qué valoran del trato…). Esa información es oro puro.
P.: Habla de la importancia de los gestos
B.J.G.: Un alto porcentaje de los mensajes que emitimos los trasmitimos a través del lenguaje no verbal. Recomiendo “escuchar con los ojos”, ya que los gestos y las posturas nos orientan sobre los posibles rasgos de personalidad de la otra persona y nos enseñan cuál es su mejor “puerta de entrada”. A grandes rasgos, hay una puerta emocional y otra racional para llegar a los pacientes. Son pistas orientativas, no guías cuadriculadas, que nos pueden ayudar al encuentro en la consulta.
P.: ¿Cuál es el ideal de médico que se fomenta en nuestra sociedad?
B.J.G.: El rol del paciente ha cambiado, ahora tiene más voz en la asistencia sanitaria, pero no ha habido una evolución paralela en el rol del médico: se le sigue presuponiendo sabio, sin permiso a errar, entregado a su profesión independientemente de las condiciones e inmune al dolor por naturaleza. Ojalá los médicos comenzaran a hablar más en primera persona de sus vivencias, muchas veces de supervivencia, en el trabajo tan exigente que tenemos. Es paradójico dedicarse a una profesión potencialmente tan satisfactoria como la salud ajena y acabar quemado o robotizado, sintiéndote un oficinista rutinario cuando, en realidad, estamos trabajando con lo más preciado que tenemos: la vida. Con razón el colectivo médico tiene una tasa de adicciones y suicidios mayor que la población general
P.: ¿Están preparados los médicos emocionalmente para lidiar con según qué situaciones?
B.J.G.: No tenemos formación en el manejo de conflictos ni en el acompañamiento emocional y es indispensable tanto en urgencias como en el día a día de la consulta médica, donde gastamos mucho tiempo y energía en desencuentros gratuitos por carecer de estas habilidades. El paciente se enfada y decepciona, y el profesional se quema. Si a esta situación de carencia formativa le sumas el impacto que la pandemia ha tenido en los profesionales, el cóctel traumático que se está generando es brutal. Escucho a compañeros intentando metabolizar lo que han vivido, con necesidad de descansar, planteándose si podrían volver a trabajar en esas condiciones, con sentimiento de culpa de no poder haber acompañado a su familia en este periodo… para regresar a una dinámica, de nuevo, de supervivencia.
P.: ¿Qué les dice a los pacientes que le cuentan sus desencuentros en el ámbito sanitario?
B.J.G.: Después de acogerles y acompañarles en el procesamiento de esa experiencia, ya que a veces han sido literalmente maltratados, buscamos alternativas de manejo para el futuro: cómo reaccionar y lograr redirigir la consulta para no volver a sentirse heridos. Muchas veces al dolor del desencuentro se le suma el sentimiento de culpa por no haber respondido y la vergüenza por haber tenido miedo.
P.: ¿Por qué cree que reaccionan así algunos sanitarios?
B.J.G.: Los sanitarios lidian con situaciones tan dolorosas que se pueden sentir desbordados y, a ello, le hemos de sumar la sobrecarga laboral y la falta de herramientas para el manejo emocional propio y ajeno. Necesitamos movilizar a los pacientes para que hablen más sobre qué necesitan y también a los médicos para que se muestren más humanos. Hemos de pedir para los sanitarios formación en habilidades comunicacionales y emocionales, junto a unas condiciones mínimas de respeto y seguridad en el trabajo. Hay muchas guías y protocolos sobre qué necesitan los pacientes, pero pocas de cómo desarrollarlas los médicos y cómo incorporar su autocuidado en la práctica asistencial.
P.: Explica muchas anécdotas suyas en el libro, ¿no le da miedo desnudarse?
B.J.G.: Tiene coherencia con lo que pretendo trasmitir: si estoy animando a reconocernos imperfectos, humanos y vulnerables, soy la primera que debo dar ejemplo reconociendo mis aciertos, errores, dilemas y conflictos… Una vez pasada la barrera de la vergüenza y el miedo a la crítica ajena, es tremendamente liberador desprenderse del disfraz de esa falsa perfección.
P.: El COVID-19 ¿ha ayudado a que la población empatice más con los médicos?
B.J.G.: Por un lado, nuestra profesión se ha hecho más visible, por otro lado, apenas se han difundido las difíciles experiencias que se han vivido. Animo a mis compañeros a que las cuenten porque arrastramos una tendencia al sacrificio que hace que minimicemos las vivencias tan dramáticas que han ocurrido. No solo deberían contar la experiencia durante la pandemia, también lo que es el día a día del médico: condiciones insuficientes, sobrecarga laboral, exigencia de perfección, de producción científica y dedicación docente además de la asistencial, todo ello con una remuneración escasa para la gran responsabilidad que nuestro trabajo supone.
P.: ¿Cómo ha vivido los aplausos?
B.J.G.: El tema de los aplausos me genera ambivalencia: aprecio la intencionalidad y, a la vez, me enfada que se legitime el riesgo que ha padecido el sector sanitario en condiciones gratuitamente deficientes. Por hacer un paralelismo controvertido, es como si diéramos medallas de héroes a los esclavos por trabajar tan bien en unas condiciones injustas. Es inadmisible que los sanitarios no pudieran protegerse, que sobrevivieran con bolsas de basuras traídas de sus casas, que doblaran turnos sin descanso, sin tests diagnósticos…Tenemos el dudoso honor de ser el país con mayor porcentaje de sanitarios infectados y, no es una crítica política, es una llamada de atención a nuestro concepto de la profesión sanitaria, independientemente de que partido gobierne. Hubo mucha polémica con una recomendación de la OMC durante la pandemia que decía: “El médico atenderá al paciente de Covid-19 aunque ponga en riesgo su vida”, de nuevo se está confundiendo la vocación y profesión médica con una entrega artificial y desproporcionada. ¿Querría usted estar en manos de un médico que no duerme ni descansa, agobiado por la sobrecarga emocional y laboral y con la exigencia de una excelencia técnica? Transformemos el “héroes” en “víctimas” por un rol malentendido de médico gratuitamente abnegado.
P.: Su libro tiene una vertiente práctica en la que ofrece técnicas a los médicos para lidiar con sus emociones
B.J.G.: Lo primero es aceptar que no podemos no-sentir, que las emociones son espontáneas, naturales y universales, que nacen como mensajeras de una necesidad interna y constructiva como puede ser enfadarme si no me han respetado: tomando conciencia y acogiendo esa emoción, podré defenderme. Si siento tristeza cuando fallece un paciente al que aprecio, la necesidad es de consuelo y surge la conciencia de necesitar herramientas para cuidarme y no sobrecargarme. Aceptar que nuestra profesión nos impacta es el primer paso para aprender después a gestionar las emociones (¡que no a controlarlas!).
P.: ¿Y el segundo paso?
B.J.G.: Tenemos que incorporar el cuerpo y al pensamiento en la gestión de las emociones. Me gusta hablar de gestión “racio-emocio-corporal”.
P.: ¿Nos podría dar algún ejemplo?
B.J.G.: Hay muchas técnicas de distintos enfoques de psicoterapia para poder despedirnos de las emociones desagradables como, por ejemplo, transformarlas mediante la imaginación en una nube que se evapora o en un avión de papel que se aleja. Otra técnica es distanciarnos de la vivencia haciendo un relato como un periodista aséptico sobre nosotros mismos o alternar entre un recuerdo desagradable y otro agradable que te vaya serenando…
P.: Además de para los profesionales de la salud ¿Este libro puede ser útil para otras profesiones?
B.J.G.: Para cualquier persona. Explico teorías y técnicas que utilizo en consulta con muchos pacientes, independientemente de su profesión… la necesidad de regularnos emocionalmente es universal. Por este motivo cuento anécdotas personales como médico, pero también como persona, como cuando tomé conciencia de mi envidia por las personas que se quedaban embarazadas sin yo lograrlo.
(Queremos agradecer las facilidades ofrecidas por Bibiana Ripol para la elaboración de esta entrevista).