Siempre me ha parecido que los poetas felices no escriben versos. O, dicho de otra forma, que los “felices” que escriben versos no son poetas. Es decir, pienso yo que las palabras más repetidas por un enamorado: “te quiero”, que podemos encontrar en cualquier idioma con matices muy especiales en cada uno de ellos, no formarán parte de un verso o de una poesía si la persona a la que van dirigidas no está distante o ausente.
Sólo un dramaturgo como él, es capaz de interpretar el papel de un personaje al mismo tiempo que lo crea. Así, el primer actor que sintió las cadenas de Segismundo en su fría celda fue Calderón.
Y Alberto Morate, como dije antes, el que nos acompaña aquí, es un dramaturgo y un amante del teatro. Alguien capaz de crear y de vivir con pasión lo que sucede en escena hasta que cae el telón. Pero ¿dónde está el telón de la poesía? ¿Qué musa te recita tus versos cuando escribes? Y ¿cómo puede un ser mortal escribir un poema así sin que le estalle el corazón?
Por eso, debo preguntarme ahora quién, es el Alberto Morate que escribió ‘El Cielo Negro y Espeso’ que integra el décimo poema de este libro. No pudo levantar la pluma como si nada hubiera sucedido. Me pregunto, cómo pueden contarse sueños tan íntimos y secretos como los del poema ‘Amor y Sueños’ (35) y enfrentarse sin pudor a quienes ahora ya los conocemos. Y me pregunto, por fin, cómo es posible esperar a que se enlacen los mundos que describe en ‘Mi Mundo y el Tuyo’ (59) y seguir viviendo tranquilamente cada día.
Sólo existe, para mí, una respuesta posible: hay en la poesía una tremenda impostura. El autor nunca es aquel que aparece en la portada. La amada nunca será aquella en quien el autor pensaba cuando escribía sus versos. El sentimiento, el amor, el dolor, el sentido, el significado de las palabras, el mensaje de los versos nunca es sólo lo que quien los escribió puso en ellos.
Aunque, realmente, “nunca” es algo que no existe en la poesía. Mejor debería decir sólo una vez. Sí. Sólo una vez fue así. Sólo una vez la amada fue ella, el amante él, los sueños los suyos…, y así en cada verso. Sólo una vez: en el instante en que nació el verso y quedó escrito.
Después, todo es diferente, en la poesía todo se trasmuta como con el secreto de la alquimia. Después el amador, el poeta, el autor, será quien lea los versos, la amada quien se sumerja en el alma de a quien van dirigidos, los mensajes, las ideas serán las que surjan en el espíritu de los lectores; y el amor, el dolor, la indignación, el deseo, los sueños… serán los de quienes abran y lean el libro, y serán diferentes cada una de las veces que abran y dejen volar las poesías apresadas en él. En ninguna expresión
artística como en la poesía, el autor es un instrumento tan efímero. Sólo alcanzará el Olimpo de la inmortalidad cuando el personaje sustituya al actor.
Es tan fácil enamorarse de un poeta…, pero ¡ojo!: recuerden la trama del Cyrano de Bergerac. Hasta el propio Edmond Rostand quedó sorprendido de su éxito. No comprendió hasta después de verla en escena que los verdaderos protagonistas no eran los personajes, ni los actores, ni el decorado, ni el autor, sino los versos. El poeta es siempre un ser etéreo y efímero que a veces escribe con el nombre que aparece en portada pero que sólo podremos encontrar en nuestros corazones, porque todos tenemos un enamorado y una amada que sólo existe en los versos.
Búsquenlos en este libro, tal vez estén un poco menos ausentes y distantes entre sus páginas.
Gracias, Alberto, por escribir para nosotros este libro, gracias por los otros que escribiste antes: Del haz y el envés (2016), Epigramas de la Luna desnuda (2018), He llamado hacia Nunca (2019)..., y aquél primero Palabras sin título (1980) que ya predecía lo que vendría después.
Muchas gracias por decirnos lo que te cuentan las musas, por contarnos lo que sientes cuando te invade la marea hasta casi dejarte sin aliento.
Distancias y Ausencias, de Alberto Morate
Editorial Visión Libros, abril 2022, 150 páginas.
Un libro de poesía del autor y dramaturgo Alberto Morate