Javier Urra, nacido en Estella, Navarra, en 1957, es una de las figuras más destacadas de la psicología en España. Dr. en Psicología y Dr. en Ciencias de la Salud, es Académico de Número de la Academia de Psicología de España y profesor en el Centro Universitario Cardenal Cisneros, adscrito a la Universidad Complutense de Madrid. Fue el Primer Defensor del Menor en la Comunidad de Madrid (1996-2001) y presidente de la Red Europea de Defensores del Menor, cargo desde el cual impulsó la defensa de los derechos de la infancia.
Pregunta: Usted resalta la importancia de la prevención en la crianza. ¿Qué considera que es lo más difícil para los padres a la hora de identificar y abordar riesgos tempranamente?
Javier Urra: Los padres tienden a mostrar ansiedad, angustia anticipatoria y también a sobreproteger a los niños. Se marcan como objetivo que sus hijos sean felices, sin percibir que la vida no siempre es justa que, a veces, conlleva dolor, sufrimiento y hay que prepararlos para forjar un carácter que les permita afrontar una existencia que, sin duda, tendrá claroscuros. A los padres les cuesta entender que los profesores tienen que corregir a sus hijos, algo que también y con limitaciones se debiera de hacer extensivo a la ciudadanía en general.
P.: Menciona tanto las adicciones con sustancias como sin ellas. ¿Cuál considera que es el principal desafío en la prevención de estas conductas en la sociedad actual?
J.U.: El ser humano tiende a las adicciones: el trabajo, el sexo, las sustancias tóxicas, las pantallas, el juego (ludopatía), el deporte (vigorexia), etc. Esta tendencia se acrecienta con otros atajos existenciales como el consumo de alcohol y otras drogas. A los niños hay que educarles en el respeto a la vida, a la naturaleza. Hay que formarles para afrontar dolores y sufrimientos y otros aspectos que la vida deparará, pues la vida no es justa. Es fundamental para ellos la práctica del deporte; el autoconocimiento; el contacto con la naturaleza y con los otros (por ejemplo con campamentos); el conocimiento de la realidad (también de hospitales de niños; de ancianos con demencias). En fin, hay que educar para no pedirle a la vida más de lo que puede dar y para aportar lo mejor de uno mismo anticipando la última pregunta: ¿para quién he vivido? Esencial: el Tú.
P.: En un mundo tan digitalizado, ¿cómo pueden los padres equilibrar la vigilancia con el respeto a la privacidad de sus hijos para prevenir el ciberbullying?
J.U.: En primer lugar, hay que ganar la confianza de los hijos hablándoles con claridad y transparencia y explicándoles las ventajas, los riesgos y lo que nos tienen que comunicar (el acoso online; los chantajes; los contactos perniciosos; los interrogantes, etc.). Los padres (los tutores) tienen que supervisar lo que acontece tanto en los aspectos físicos como personales. Los padres no pueden hacer dejación. Tenemos una sentencia buenísima de un muy buen amigo del Tribunal Supremo que actuó como ponente y deja claro que los padres han de conocer los contactos online de sus hijos en todo aquello que conlleve riesgo como páginas de anorexia, sectas, bandas, odio, etc. Cosa bien distinta es inmiscuirse en la vida emocional, sentimental, de un joven de 17 años que iene una pareja. Se trata de prevenir, de supervisar, de educar.
P.: En el libro trata temas relacionados con la identidad sexual. ¿Qué mensaje quiere transmitir a los padres sobre cómo acompañar a sus hijos en este proceso?
J.U.: Una cosa es la orientación sexual y otra la identidad. Desde que el mundo es mundo ha habido heterosexuales, homosexuales y transexuales. Partimos del criterio de respeto total a la orientación y a la identidad. Naturalmente que, en el tema de la identidad, hay que acompañar con prudencia. Verificar que es realmente un caso de transexualidad antes de empezar a hormonar y, desde luego, de una intervención quirúrgica que resulta irreversible y que puede conllevar alto grado de desesperanza, de depresión y, por ende, un riesgo cierto de suicidio. Tengo la suerte, el honor, de dirigir RECURRA GINSO y tenemos una clínica ambulatoria muy bien dotada; un hospital de día que atiende primordialmente a niñas con anorexia y un centro terapéutico residencial con capacidad para 96 jóvenes entre los que tratamos a transexuales. El criterio es terapéutico, no ideológico.
P.: En el capítulo sobre límites, menciona la importancia de negociar con los adolescentes. ¿Cómo se logra un equilibrio entre autoridad y flexibilidad?
J.U.: En primer lugar, dando buen ejemplo. Por otro lado, hay que tener auctoritas, no solo potestas. Resulta muy recomendable hablar con los hijos con anticipación previendo qué medidas tomaremos, según sus conductas y estableciendo, de esta forma, criterios de respuesta que, a veces, habrán de ser sancionadores y que ellos entenderán y aceptarán. Cuando el hecho se produce se cumple lo pactado, entendido como hablado, acordado, pero siempre priorizando el criterio de los padres. Los límites se deben de interiorizar desde muy corta edad, han de convertirse en hábitos. Que nadie espere poner un límite a un adolescente si, en las etapas anteriores, no lo ha asumido como algo lógico, positivo para sí mismo y socialmente exigible y necesario. Sin límites la persona se confunde, se neurotiza. No deben de confundirse los límites con una excesiva autoridad, muy al contrario, las normas y los límites facilitan la convivencia, la asunción de responsabilidad y el crecimiento personal.
P.: ¿Añadirías alguna cosa sobre las limitaciones y aportaciones del libro?
J.U.: El ser humano es, en gran medida, libre para ponerse en riesgo, y/o para dañar a sus conciudadanos. Leer este libro no garantiza evitar todos los riesgos que corren los hijos, pero el esfuerzo y la formación ayudan a prevenirlos, que no es poco.