A este paso, ciertos semovientes otrora grandes librepensadores, ahora simples censores autorizados, me impedirán salir a la calle los domingos. Todo por poner sobre la mesa aquello que contradice los cacareados éxitos y bondades del gobierno tripartito que maltrata nuestra ciudad. Pero no es por gusto, se lo puedo asegurar. Ya me gustaría a mí poder cantar a los cuatro vientos qué bien luce mi ciudad, la gobierne quien la gobierne, a la que amo desde que nací y de la que nadie, por mucho que se empeñe, me va a echar hasta el día de mi muerte.
Y si no muerte, al menos sí un buen esguince, torcedura o cuanto menos, dolor de los que te amargan el día, es lo que el mármol amenaza con 'regalar' a cualquier ser humano que tenga el mal ojo de pasar por la calle del Micalet sin mirar al suelo. Sí, al suelo, como quien pasa mirando a ver quién ha extraviado un euro de los de limosna al salir de misa. Pero no. La limosna es, o debería ser, para los servicios de mantenimiento de la cosa pública, a la vista del estado de algunas de las losas de esta calle.
Pero la verdad es que allí está, desde primera hora de la mañana, el enorme socavón que una losa hecha añicos ha dejado en el suelo y que nos invita a rendirnos al sádico espectáculo consistente en sentarnos cerca y esperar a ver cuántos seres humanos se dejan el zapato, zapatilla o espardeña -no piensen mal, es domingo y justo al lado toca 'Balls al Carrer'-.
No es un tema menor, habida cuenta de la cantidad ingente de personas y personajes que por esta calle pasan, con tal intensidad que, a menudo, se ha de bajar el paso hasta el ritmo de las muñecas de Famosa -ya saben, esas que todos los años para Navidad se dirigen al Portal, permítanme la licencia pseudo publicitaria para visualizar mejor la pasmosa lentitud-. En el tumulto, mirar al suelo ya no es una solución porque sencillamente, no se puede. O, al menos, no sin recibir una serrana de alguna mujer desconfiada, creyendo quizás que la vista iba hacia otro bendito lugar distinto al suelo.
Y claro, viendo tal abandono, la curiosidad quiere que sigamos observando el estado del pavimento marmóreo -o simulando el mármol, al menos- que cubre la distancia entre la plaza de la Virgen y la plaza de la Reina. Por doquier grietas y roturas muestran el camino que tomarán otras tantas losas próximas al colapso. Demasiadas en tan poco espacio como para ser tomado como casual o accidental pero, ciertamente, como para ser tomado en serio y hacer algo.
Mientras tanto, eso sí, a mi vuelta, satisfecho mi periplo por el centro de la ciudad, aquello sigue en el mismo lugar sin tapar o sin señalizar, al menos. Y no será por falta de personal, ocupado en otros menesteres que no vienen al caso. No es su culpa. Ellos obedecen órdenes.
Como siempre, me veo venir el resultado de mi descubrimiento y el atrevimiento -oh, malvada prensa creadora de 'fake news' cuando no conviene- de servirlo al senado popular. Si no llega a la categoría de viral, auténtico motor de conciencias en los tiempos modernos y cainitas que nos contemplan, entonces nada. Ni comentario. Pero como tenga la 'fatal' suerte de entrar por la puerta grande en alguna tertulia, foro o 'muro' más o menos multitudinario, llegará el baile de 'pies para qué os quiero' quitándose el marrón de encima. Con la actual animadversión a lo católico que desprende el llamado 'Govern de la Nau', lo más normal es que la culpa termine cayendo en el lado de la Iglesia.
Y luego habrá quien se lo crea, que 30 años de política anti educativa dan para eso y mucho más. Ahora se lleva mucho eso de defender una cosa y la contraria sin que se vean los puntos de sutura, o dicho de otra forma, 'pintar' de libertad de expresión una práctica ilegal y criminalizar hasta merecer el paredón otras semejantes o incluso idénticas, dependiendo de qué orilla del río político venga. Lo que viene siendo un ejercicio de cinismo elevado a la categoría de 'aquí mando yo y punto'.
Habrán observado de que, en toda mi disquisición, no ha habido ni una sola mención a esto que está ahora tan de moda, el patrimonio cultural valenciano y todo eso. No es por falta de ganas, créanme, pero creo más que evidente el perjuicio que para la imagen de nuestro centro histórico, nuestro patrimonio monumental, religioso o no, ofrece este despropósito..., tanto que me ahorro ese párrafo haciendo descender este tema del pedestal que para mí conforma el respeto a nuestro tesoro arquitectónico (del que esta calle es parte fundamental), hasta el suelo que pisa el triste paseante -nunca mejor dicho- y la salud, dicen, de todos y todas. Bienvenidas y bienvenidos, señoras y señores, a la Valencia abandonada. Esto no hay Palau de la Música que lo arregle.