València ya ha sido designada Capital Mundial del Diseño para el año 2022. Algo que los que en su día crecimos y nos formamos desde el plano de la creatividad, el arte y el diseño en sus múltiples formas, sentimos que ya tocaba. Y ahora, valga la redundancia, toca pulsar el sentir de aquellos que tienen mucho que ver en que nuestra ciudad se coloque definitivamente en el mapa global del Diseño con mayúsculas. Donde le correspondía hace ya tiempo estar.
Es por ello que me acerqué al barrio de la Olivereta, a una casa que transpira innovación desde su aspecto vetusto y tradicional, una casa muy de las típicas valencianas de ‘tota la vida’. Allí está el estudio de Rafael Armero, uno de los máximos exponentes del diseño valenciano que, de hecho, ha dirigido los designios de la Asociación de Diseñadores de la Comunidad Valenciana (ADCV) durante los últimos años. No se me ocurre nadie mejor para dibujar, a grandes rasgos, el panorama del sector.
Me recibe en un precioso estudio diáfano, en el que la gente que lo puebla se ve la cara en todo momento, comparte y empatiza desde el primer minuto hasta el último en su jornada de trabajo. La decoración, cuidada al detalle, consigue conformar una atmósfera que inequívocamente sumerge a quien trabaja allí y a los que hemos tenido la suerte de visitarlo en un mundo muy particular, muy evocador, creado para crear. No me esperaba menos.
Rafa, a quien os aseguro sólo conocía ‘en los papeles’ antes de aquel día, resultó ser una persona tremendamente acogedora, amable y educada con el invitado, en este caso yo. Una mirada cálida que no rehuye los ojos de su interlocutor, lo que denota claramente seguridad y valentía en el discurso.
Nos sentamos y le cuento que yo cursé Bellas Artes en la Facultad de la UPV, antigua San Carlos, lo que nos coloca ya no como entrevistador y entrevistado, sino como colegas del mismo ‘gremio’.
Esto ya no es una entrevista. Es un encuentro, una charla relajada entre dos colegas. Por ello es que no me atrevería a cercenar ni la porción de un segundo de todo lo que Rafa me contó, por nada del mundo.
Es una oportunidad inmensa de echarle un vistazo a lo que ha sido y es el diseño en esta nuestra tierra, y lo que nos ha llevado al momento actual. Así que iré publicando las entregas que hagan falta hasta poner sobre la mesa -la pantalla, en este caso- todo lo que aquella mañana dio de sí. Y sin más preámbulos, comenzamos.
Pregunta: Bueno, veinte años de profesión, me han contado. ¿Qué es lo primero que siente uno cuando cobra conciencia de que lleva ya veinte años creando?
Rafa Armero: Pues mira, estamos a las puertas de esos veinte años, porque va a ser ya, en breve, y de hecho lo estamos preparando. Y lo que a uno le pasa por la cabeza es que empieza a ver la luz de lo que quiere hacer, después de veinte años.
En esta profesión, que es tan creativa, tan sensible a los cambios, uno se da cuenta de que más o menos ahora empieza a ver esto que dicen de la madurez profesional, que en nuestro caso es como decir «vale, ya sé cuál es el camino que voy a empezar a hacer de una manera seria», ¿no? El foco.
Estás como durante diez años tocándolo todo, 15, bueno, pues lo tengo claro, pero hasta que no llegas a 20 -y te podría decir más- esa madurez te lleva a plantearte: «Ahora voy a coger el foco del diseño creativo, por ejemplo en mi caso, y no lo voy a soltar por lo menos hasta que pase 20 años más. Y ya, entonces…
P: Bueno, es un poco aquello de que primero haces lo que te dicen, luego haces lo que debes y terminas haciendo lo que quieres, ¿no?
R. A.: Exacto. Pues eso quizá empieza a darte ese camino a los veinte años. Que como te digo, estamos ahí en la puerta ya, y a los treinta ya veremos qué pasará.
P: Oye, ¿y lo tuyo también fue vocación? Porque me dicen que cuando eras un niño, la dislexia estimulaba tu creatividad y con el tiempo, eso…
R. A.: Sí, fue vocación y supervivencia. Las dos cosas. Vocación porque es verdad que tenía ciertas habilidades para manejarme en el dibujo, porque los niños empiezan a comunicarse a través de las imágenes. Hay algunos que lo dejan a los siete años porque empiezan a controlar lo verbal, y los que no controlamos lo verbal, pues seguimos dibujando para comunicarnos.
Cuando yo estuve estudiando, evidentemente, no se sabía lo qué era la dislexia, ni el déficit de atención, ni nada. Eras… «este niño no vale para nada» y cosas así. Entonces, el tema del dibujo me ayudaba a comunicarme mejor con la gente, por supuesto, pero sobre todo a integrarme en un entorno.
Es verdad que cuando empecé a tener que decidir hacia dónde encaminarme, como teóricamente no había otra cosa… Estaba Bellas Artes, ¿no? Lo que pasa es que esa parte a mí como que no me encajaba. De hecho en Bellas Artes, en esa época, no había Diseño.
Lo que yo quería, lo que a mí me interesaba, era poder comunicar o poder hacer algo funcional, productivo y, sobre todo, cambiar el mundo que me había tocado vivir como disléxico. Esto es para mí muy importante. Lo que yo quería era, ahora lo sé, diseñar un mundo diferente. Antes no lo sabía, yo decía: «Yo esto no quiero que me pase ni que le pase a otro, esto de tener problemas para crecer como persona por tener una dificultad».
Al final, para mí es una oportunidad, porque lo que me ha generado esa dificultad es estar más atento a los patrones, tener mucha más predisposición a anticiparme -te anticipas a la asignatura, o a cómo se comporta cada uno porque tienes cierto miedo a errar, a cometer errores-… Como yo ya sé que parto del error, eso me ha ayudado a entrenar más esta habilidad vinculada a la creatividad para poder resolver cierto tipo de situaciones y a potenciar un poco más la parte visual que ayuda a contrarrestar la parte verbal.
Claro, con esas dos cosas mías, cuando llegué al «y ahora ¿qué voy a hacer?» aparece la palabra ‘Diseño’ y me digo: «Pues mira, una profesión que resuelve problemas y además aplica las técnicas plásticas a la hora de producir y de generar modelos de negocio, productos, servicios, pues… va por aquí». Y lo dejé todo y bueno…
P: Sí, diríamos que, por lo que comentas, casi reprodujiste de un modo natural el proceso que el Diseño mismo ha terminado teniendo que hacer: Adaptarse a cubrir esas necesidades, a ser un poco más empático con personas con ciertas dificultades y a transformar el mundo en un entorno mucho más agradable.
R. A.: Exacto. Y fíjate que ahora estoy muy en esa línea, porque me he dado cuenta, en estos 20 años que voy a cumplir, que el diseño sí que puede ayudar al mundo. Y no solo desde el punto de vista funcional de crear cosas, por supuesto, y de resolver esos problemas. Yo tengo una compañera que, como yo siempre intento lanzar mensajes un poco creativos, me decía: «mira, filosofia». Y claro, es que al final, el diseño es una filosofía que nos ayuda. Es la filosofía de crear, de generar, de desarrollar y de modelar nuestro crecimiento, nuestro día a día. Evidentemente, eso antes no se veía, ahora sí que se está viendo en términos del diseño social, diseño y salud, diseño sostenible…
Claro, yo estoy muy en esa línea ahora. ¿Por qué? Porque alguien tiene que pensar en ello de manera metodológica, que es lo que ayuda al diseño. Alguien tiene que tener esa visión estratégica y, después de esa visión estratégica, tiene que saber cómo llevarlo a la realidad, cómo traducirlo. Claro, el diseño es una herramienta en sí misma, para esto.
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En la siguiente entrega, Rafa Armero y yo abandonamos el área dedicada a su trayectoria personal y profesional y pasamos a analizar la evolución del diseño en los últimos 20 años, esos que él está a punto de cumplir como diseñador, como creador. Próximamente colocaremos aquí el enlace a la segunda parte de esta magnífica y entretenida conversación entre colegas… Atentos a la pantalla.