¿Qué fue de ti, Palacio Real? Noble mansión de los monarcas valencianos, centro y símbolo de nuestro antiguo y glorioso reino (…) Desaparecido todo, con las instituciones que representabas, la autonomía ilustre de aquel reino del que fuiste cabeza…” Teodoro Llorente.
Teodoro Llorente, político valenciano de finales del siglo XIX- cita la “incomodidad política” del Palacio Real en los tiempos de la uniformidad borbónica, ya que el Palacio del Real representaba un emblema de poder y de gloria del antiguo reino.
El palacio, cuya fachada principal llegó a alcanzar en su esplendor los 200 metros, era conocido también como el palacio de las 300 llaves, en alusión al número de habitaciones que llegó a tener.
Pero… ¿cuál fue su origen y para qué? ¿Qué función desempeñaba para ser considerado el edificio más emblemático y símbolo del ‘Cap i Casal’?
Todo empezó cuando, en el siglo XI, se mandó construir una residencia de descanso del rey musulmán Abd al Aziz siendo Valencia la Taifa conocida como ‘Balansiya‘. Más tarde, en la Valencia ya reconquistada por Jaime I, ocurrió que tanto éste como los monarcas aragoneses que le sucedieron tenían la costumbre de disponer de palacios urbanos en las ciudades principales de sus territorios. De este modo, cuando visitaban la ciudad, contaban con cómodas estancias donde instalar a la Corte.

El primero en ampliar y reformar el antiguo palacio de Abd al Aziz fue el rey Jaime I, que lo transformó en Alcázar regio y, a partir del del siglo XIV, Pedro IV el Ceremonioso de Aragón y II de Valencia reconstruyó la versión más moderna. La parte nueva giraba alrededor de dos patios: En el más grande se encontraba la escalera principal que daba acceso a los salones principales; el más pequeño disponía de una escalera que daba acceso a la nueva capilla del palacio, dedicada a Santa Catalina.
La época que se abre con el reinado de Alfonso el Magnánimo (1416-1458), es una de las más brillantes para el Real de Valencia. Este monarca, decidido a consolidar el edificio como residencia real, modificó con este objeto su estructura interna y sobre todo la externa, añadiendo una galería de arcos en su fachada principal y eliminando las ventanas de tradición gótica que daban al palacio un aspecto excesivamente medieval.

Es lógica la fabulosa inversión del rey Alfonso en el palacio dado que su esposa, María de Castilla, prácticamente vivió durante toda su vida en el Real hasta 1458, año de su fallecimiento.
Precisamente una de las torres se diferencia de las demás por albergar los aposentos de la reina María, razón por la que, desde entonces, sería conocida como la “torre de la reina”, aunque en su periodo final acabaría utilizándose como cocina. Las dependencias de la reina se situaban en torno al patio pequeño, en las inmediaciones de la capilla de Santa Catalina; mientras que las dependencias del rey se ubicaban en la torre principal, denominada torre de los Ángeles, inmediata a la entrada al palacio y fácilmente reconocible por el inmenso escudo real que lucía en su fachada.
Los inventarios de la reina María de Castilla, nos permiten imaginar un palacio suntuosamente decorado, con abundantes colecciones de tapices, pinturas en la capilla y el oratorio privado y ricos objetos litúrgicos, entre otros muchos bienes.

Posteriormente fue residencia de los Virreyes como Germana de Foix, esposa de Fernando de Aragón, duque de Calabria, jurando ambos el virreinato el 28 de noviembre de 1526. Ambos ejercieron de mecenas de la cultura, convirtiéndose Valencia en punto de entrada y centro neurálgico del Renacimiento español, gracias a su costumbre de rodearse de gran número de intelectuales, literatos y artistas. En aquellos tiempos, el palacio se convirtió en un notable centro de discusiones y foros de índole intelectual y cultural por el que se haría célebre ante las demás cortes europeas.
También se alojaron en el Real de Valencia el rey Juan I de Aragón, conocido como Martín el Humano, y de forma eventual el emperador Carlos I, su hijo el rey Felipe II y su nieto, Felipe III, cuyas bodas con Margarita de Austria tuvieron en este palacio su incomparable escenario.

Mención aparte merece el extenso jardín del palacio en el que existía, ya en el siglo XV, una importante colección zoológica compuesta de leones, osos, ciervos, faisanes, pavos reales etc. Su utilización como vivero está documentada en 1560, cuando Felipe II ordenara que le fuesen remitidos de la Almaciga del Real de Valencia infinidad de naranjos y limoneros, así como más de cuatro mil plantas florales para embellecimiento de los jardines de su Palacio de Aranjuez.
Y de esa manera, a lo largo del tiempo, el Palacio ha tenido una vida dilatada con reformas que obraron en él multitud de experiencias arquitectónicas, reflejo de los modos y formas constructivas de las distintas épocas vividas. Una riqueza arquitectónica y artística irrepetible e irrecuperable.

Posteriormente pasaría a ser sede de Capitanía, de ahí la famosa denominación del reino “Cap i Casal”- que hace referencia a Valencia como centro de gobierno hasta 1810, fatídico año ya que, tras la guerra de sucesión española y la caída en desgracia de Valencia y su reino -que había apoyado a los Austrias-, el palacio no gozaba tanto del favor de los Borbones y despertaba poca simpatía de las clases burguesas liberales emergentes. Éste y no otro fue el auténtico motivo de su demolición, dado que el Palacio del Real representaba lo antiguo y todo un símbolo de poder de la antigua monarquía en el Reino de Valencia. En parte esto fue posible gracias a la aprobación de corrientes progresistas en auge en esos momentos, que equivocadamente pensaban que era un adelanto enterrar lo antiguo, por lo que no hubo en aquel momento una notable oposición a la pérdida de este noble palacio ya en decadencia.

Su derribo, en cualquier caso, ocurría un 12 de marzo de 1810, siguiendo las órdenes del general español Joaquín Blake Joyes (y no el General Elío como pensaban algunos) durante la guerra contra los franceses para, según la versión oficial, evitar que las tropas francesas se hicieran fuertes aprovechando la ubicación del palacio frente a las murallas de la ciudad.
No obstante, esta tesis choca con los hechos ocurridos posteriormente, ya que la ciudad se rindió sin apenas entablarse lucha, acabando dicho general, nefasto estratega, entregándose al General francés a cambio de dejar marchar a sus tropas hacia Alicante. Una vez más (y no será la última), Valencia se veía traicionada por los gobernantes a los que lealmente había servido, siendo abandonada a su suerte.
Josep Vicent Boira ya lo resume en su análisis en su libro El Palau Reial de València. Els plànols de Manuel Cavallero (1802), al señalar que (traducido del valenciano) “podríamos pensar que el derribo obedeció a una conjunción de factores: una fallida estrategia militar podría estar presente, pero también intervendría la necesidad económica de la Junta de Defensa y la percepción de ser un símbolo por excelencia del pasado, visto a ojos de unas fuerzas burguesas y liberales que surgían en ese momento”.
Pocos años después hubo un intento de reconstruirlo, según cuenta Vicente Vidal Corella en el libro “La Valencia de otros tiempos” por el General Elío, nombrado capitán general de Valencia por Fernando VII en 1813, “al encontrarse ante los escombros del Palacio Real, pero ante los inconvenientes -seguramente políticos- que se le opusieron, finalmente decidió reunir los restos del memorable y glorioso monumento, formando con ellos dos montículos inmediatos, que las gentes denominaron “les muntanyetes d’Elio”, que conocemos hasta nuestros días.

Los terrenos que quedaron del palacio pertenecieron al Real Patrimonio, que los cedió en 1869 a la Diputación Provincial de Valencia. Ésta, a su vez, donó estos mismos terrenos al Ayuntamiento de Valencia en 1903, que los usó como viveros de árboles, convirtiéndose así en el jardín municipal que hoy conocemos.

Es otra dura lección que nos da la historia a los valencianos, con otra valiosa pérdida, en parte por el azar y en parte por la dejadez o incapacidad de apreciar el valor de lo propio. En este caso, nada menos que el símbolo del antiguo Reino del que venimos. Sírvase en reflexionar que es un signo de que debemos poner más amor y cuidado en la casa de uno, para que siga siendo lo que a pesar de nuestros desatinos aún es: Un lugar lleno belleza para poder vivir y disfrutar por unos habitantes agradecidos. Un legado para nuestros descendientes de valor incalculable.





Quan el mal ve d’Almansa a tots alcanza
Còmo quieren los Borbones a Valencia y a Catalunya
No nos queráis tanto por favor