La Procesión Cívica del 9 d'Octubre, segunda en toda su prolongada historia sin Tedéum y sin la entrada de la Reial Senyera en la Catedral, no será recordada como hubiera gustado al equipo de gobierno municipal Tripartito, sino como la de la discordia.
Discordia porque, tras blindar el Consell ésta su nueva, inédita y nada acertada versión -si nos atenemos al rigor histórico-, los Puig, Oltra, Ribó y compañía, echan el cerrojo a un borrón imperdonable sobre uno de los actos más tradicionales e intrínsecamente valencianos.
Sencillamente, los que otrora reivindicaban la tan cacareada memoria histórica, pretenden borrar el Tedéum y los honores en la catedral a la Reial Senyera, precisamente dos actos que el mismísimo rey Don Jaime puso en valor nada más conquistar Valencia. El primero de ellos, para convertir el edificio que entonces era una mezquita en catedral cristiana, un hecho que, no por religioso sino por histórico y símbolo del inicio de la nueva Valencia, merece ser tratado con el respeto que nuestros dirigentes le acaban de negar de forma permanente.
No ha de sorprender, pues, al señor Ribó, haber tenido que soportar desde la plaza del Ayuntamiento hasta la plaza de Alfonso el Magnánimo abucheos e insultos de no pocos ciudadanos que con su decisión han visto insultada su valencianía. Y es que es lo que pasa cuando se toman las decisiones para dividir y no para unir.
Discordia también porque, permitiendo en la procesión cívica pancartas con marcas y consignas políticas del agrado del citado tripartito, se negado la aparición de la pancarta del partido valencianista Som Valencians, a cuyos partidarios han rodeado agentes de la Policía Local de Valencia y a los que posteriormente han quitado de las manos dicha pancarta. Decisión cuanto menos sectaria que demuestra una vez más aquello de "dime de qué presumes, y te diré de qué careces" o también aquello otro de "cree el ladrón que todos son de su condición".
Un acto que, de unir a valencianistas y catalanistas, a cristianos y agnósticos, ateos, etc., al pasar por el siempre cuestionable filtro de la exageración cainita de quien no vacila en aprovechar para eliminar todo lo que pueda constituir factor diferencial del pueblo valenciano, ha pasado a no dejar satisfecho a nadie, a sembrar discordia y a quien no vergüenza por la cerrazón inculta, hace sentir cuanto menos tibieza y desazón.