Irreverente, mítico e hilarante. Como era el propio Forges. Sin acritud, pero también sin concesiones, el arte del inmortal Antonio Fraguas ha cautivado a cuantos han tenido el buen tino de acercarse al Edificio del Reloj, estandarte y bandera arquitectónica del Puerto de València, para zambullirse en el idioma forgiano durante “un ratejo o así”.
Y ojo, que la exposición se clausura el próximo domingo, 2 de febrero, con lo que la oportunidad de disfrutar -y mucho, se lo aseguro- con esta maravillosa exposición, va menguando a pasos agigantados conforme nos acercamos al fin de semana.
Nos recibía nuestra querida amiga Inma Liñana, que viene acogiendo y guiando -“stupendamente, oyes”, diría Forges- a los visitantes en las exposiciones de la Autoridad Portuaria ya un tiempecito, para abrir la visita con una realidad por todos intuída pero por pocos conocida. El particular lenguaje que Forges imprimió como un auténtico idioma ibérico popular a sus viñetas, se ha adherido al idioma castellano con muchas de sus palabras inventadas como una alegre capa de naturalidad que le confiere un matiz desenfadado y para qué engañarnos, más majete.
Palabras como “firulillos”, interjecciones como “¡Mosanda!” o expresiones típicamente forgianas como “tal que así” o “asazmente” nos transportaron inmediatamente a aquellos tiempos en los que Forges nos enganchaba sin remedio a obras suyas como ‘Historia de aquí‘, una versión de la Historia de España que, sin faltar al rigor que tan trascendente materia conllevaba, se pasaba por el filtro de este particular idioma para explotar el idiosincrático esperpento patrio en beneficio de una hilaridad por otra parte inevitable.
Y es que Forges nos enseñó a reírnos de nosotros mismos para afrontar nuestros errores como pueblo con una sonrisa en la boca. Un sano ejercicio que garantizaba, para aquellos que tienen la mente lo suficientemente abierta, no volver a caer en ellos. De ahí que España, en forgiano, pasara a llamarse “Aquí” harto, quizás, de la irreconciliable y cabezona dicotomía patria entre el uso de “España” por unos y “el País” por los otros.
Y así ejecutó Forges esta suerte de crítica constructiva e incisiva en varios temas que para él siempre fueron innegociables. El Puerto de Forges los retrata con buen acierto y así, Ester Medán, comisaria de la exposición, ha vertebrado la oferta expositiva en cinco temáticas fundamentales en el arte de Forges, desplegadas en otros tantos paneles con un resultado admirable: Igualdad, Medio Ambiente, El Mar, Compromiso Social, y Cultura.
Cinco grandes áreas en las que el arte de Forges era particularmente inciso-contuso y, con licencia de su humor sin freno, sin espacio para la broma. La violencia de género, la crueldad del hombre para con su entorno natural, y la injusticia social despertaban en el artista una ‘mala leche’ muy ibérica que dejó quizás las mejores y más voraces críticas de su obra.
En definitiva, las viñetas mostradas en el edificio del reloj expresan de forma magistral todo el universo forgiano, arropadas además por los personajes más icónicos de su obra, que en un gran formato, casi gigantesco, engalanan las paredes del espacio: Mariano y Concha, los Blasillos, el funcionario, el yuppi, el jefe, Cosma y Blasa, los náufragos…
La parte final de la exposición es un compendio de recuerdos y obras de Forges que dibujan claramente el carácter del artista: su sencillez y gigante calidad humana que, a la par que su genialidad e inacabable talento, merecían la admiración de cuanto ser humano se le acercaba lo suficiente. No es de extrañar, desde este punto, la suerte de sentidos homenajes que los dibujantes y artistas valencianos han profesado en un panel anexo de la exposición con firmas de todos conocidas.
Mención aparte merece la posibilidad de interacción de la muestra. Poder hacerse una foto de dos en dos rodeados de los maravillosos bocadillos y viñetas de Forges, además de poder dejar un mensaje por boca de algunos de los personajes de Forges, pegado en un panel habilitado para tal efecto.
La visita fue, concluyendo que ya es hora, una experiencia de la que inevitablemente uno sale con una honda y gratificante sonrisa. Un ejercicio de profilaxia político-social-educativa-medioambiental que ya quisieran muchos terapeutas conseguir de sus pacientes. Y oigan, dada la actual mala leche latente en las calles, este tipo de experiencias deberían recetarse con más frecuencia.