Por Manuel J. Ibáñez Ferriol
Escritor y pensador
El domingo 24 de mayo, España se juega mucho. Hemos de votar con sentido común, con sensatez, sin odio ni revanchismos –ese mal endémico que tenemos instalado cada uno/a de los españoles-, pensando en el bien común y no en el propio. Hagamos un repaso de como teníamos la vida, hace tan solo tres años. Estábamos al borde del abismo, de la quiebra técnica, de la salida del euro, de que nadie nos tuviera en cuenta a la hora de hacer sus inversiones y sus compras. La promoción de la exportación y de los productos españoles, era cero. Importábamos más que exportábamos, y nadie quería de forma decidida, instalarse en España. Todo estaba permitido, o por lo menos esa sensación teníamos muchos. No se combatía el creciente terrorismo islámico. Se jugueteaba con las civilizaciones, como queriendo crear un maremágnum, en el que todo valía, y si provenías de un país árabe o sudamericano –tipo república bananera-, tenías todos los derechos conquistados. Nos habíamos convertido en un país para vivir y holgar al pairo de las subvenciones. Pero quizás eso no importaba. Los gastos cada vez eran mayores, y determinadas regiones –como Cataluña-, recibían el dinero a manos llenas, extendiendo su red catalanista no solo por tierras valencianas y baleares, sino por las regiones murciana y aragonesa, incluyendo algunos territorios franceses e italianos. Nadie se opone a las embajadas catalanas -¿lo recuerdan?-, al contrario, se alientan y financian con el dinero de todos los españoles. Se les quita a unos para dárselo a otros, que con mentiras y ponzoñas, inundan el mundo, abriendo embajadas, carentes de todo sentido. ¿Es esa la sociedad española que queremos?
En el caso valenciano, nuestras universidades siguen en manos de la lacra catalanista, la famosa “lepra” que describió don Vicente Blasco Ibáñez. Los valencianos, estamos hartos de que nos quieran convertir en catalanes. Ni lo hemos sido, ni lo somos, ni lo seremos –si votamos con sentido común-. Nuestra tierra, es única, magnifica, dos veces leal y extraordinaria. Nuestra riqueza, consiste en ser aglutinadores de las tierras y pueblos de España. No nos da vergüenza proclamar a los cuatro vientos, que siempre ofrendamos nuestras glorias al resto de los españoles. Valencia, es locomotora de un tren AVE, en el que caben los 17 vagones, sin distinciones, sin exclusiones, sin partidismos. Nuestra grandeza es tal, que nada ni nadie nos puede quitar lo que somos: VALENCIANOS. Y debemos de sentirnos orgullosos de nuestra literatura, arte, monumentos, gastronomía, historia, de nuestros sectores productivos, porque tan importante es un agricultor, que con sangre, sudor y lágrimas, cosecha los mejores productos, y los ofrece a uno y mil mercados; como un pescador, de cualquiera de las Cofradías valencianas, que nos dan lo mejor del Mediterráneo; como un empresario industrial o uno del sector terciario. Si tiene importancia el turismo, también la tienen todos y cada uno de los factores que han intervenido en el proceso, para tener lo mejor, y más importante. Todos estamos llamados a caminar para engrandecer más si cabe a la tierra valenciana, para seguir en la senda del crecimiento y el progreso.
No nos dejemos engañar por las falsas promesas y por los paraísos que algunos nos están ofreciendo. La ruptura de nuestros valores culturales, religiosos, festivos, educativos y sociales, todos sabemos por dónde puede venir. Y voy a ser muy claro: son los mismos que tanto amaban la cultura, que quemaron catedrales, iglesias, conventos. Son los mismos que destrozaron la imagen de la Patrona de Valencia, la Virgen de los Desamparados, son los mismos, que hicieron desaparecer fiestas tan hermosas y arraigadas en nuestra cultura, como la Navidad o los Reyes Magos, son los mismos, que destruyeron todo aquello que se iban encontrando por el camino; son los mismos, que asesinaron a inocentes, cuyo único pecado fue “ser devotos e ir a Misa”; son los mismos, que se mofan y ríen de los valores espirituales de occidente, del Humanismo Cristiano, de la cultura grecolatina. Son los que no quieren escuelas de pensamiento, que pueden despertar conciencias. Son los que salen a quemar y destruir el mobiliario urbano, solo porque forma parte de la casta y el sistema. ¿Es eso lo que los españoles queremos?
No debemos volver atrás. Para nosotros, lo importante es vivir en democracia, libertad y respeto, sin renunciar a nuestros valores, y sin que nadie nos obligue a hacerlo. Hemos conquistado valores a la vez que superado situaciones adversas. No es bueno rememorar el pasado y removerlo con porquería. Debemos dejar atrás lo que nos separa, que no es casi nada, y poner en común, todo lo que nos aglutina. Somos un gran pueblo, que sabe salir de las situaciones adversas, que ha dicho si a los gobiernos sensatos, a los que llevan el progreso por las sendas del diálogo y la buena predisposición. No vamos a tirar por la borda –en sentido metafórico-, lo que hemos ido ganando, porque hay quien está decidido a ello. Que nadie nos imponga nada, sino que votemos con libertad de conciencia, pensando en quien ha construido lo que tenemos hasta éste mismo instante.
La corrupción ha existido desde que el hombre es hombre. Los tratos de favor, son moneda común y de cambio en todas las actividades comerciales o de intercambio. La práctica de la usura, ya es denunciada en los textos legales del Código de Hammurabi. Cuando uno posee un determinado bien, y tiene que transferirlo o venderlo, le interesa que tenga un valor alto. La recalificación de terrenos, era una práctica muy extendida entre los griegos cretenses. La venta, a mayor precio del trigo o el mosto, en tiempos de escasez, era una práctica habitual, siendo productos básicos, en la sociedad romana del bajo Imperio. Ante la escasez de carne, los mesoneros castellanos, en la edad media, la adulteraban y le ponían especias, para que no se notara su degradación, haciendo gran cantidad de pasteles de carne, práctica permitida por la Corona castellana y aragonesa. La falta de moral y ética, es caldo de cultivo de la corrupción, no solo en materia económica, sino en la laxitud de las costumbres individuales y sociales. No es un mal, de un determinado partido o de una determinada postura política. Es un mal común, permitido por una sociedad, que solo mira para su egoísmo y no se fija en el otro que tiene enfrente. Estamos ante una actitud vital, que hemos de desterrar de nuestras vidas individuales y sociales.
Ese debe ser el sentido de nuestro voto. Analicemos quien o quienes nos han hundido en la más absoluta de las miserias a lo largo de la historia, y quien o quienes, han sabido sacarnos a flote, con esfuerzo, con trabajo y sobre todo con altitud de miras. Se puede decir que no era lo que esperábamos, pero seguro que cada uno de nosotros habremos dicho alguna mentirijilla, para evitar un problema mayor. Votemos siempre pensando en quien nos puede ayudar, quien ha hecho cambiar nuestra Ciudad, o quien respeta los valores que nos hemos dado. Ese debe ser el sentido de nuestro voto. Y sea cual sea nuestra decisión, VOTEMOS, participemos en la gran fiesta de la democracia, porque nos jugamos mucho, y todos nos merecemos un buen presente y un gran futuro, respetando a nuestro pasado. VOTEMOS CON SENSATEZ Y SENTIDO COMUN.