Jimmy Entraigües-. Alicia Domínguez es una mujer que se considera gaditana aunque nació en Madrid. Es doctora en Historia por la Universidad de Cádiz y máster en Gestión y Resolución de Conflictos por la Universitat Oberta de Catalunya. Ha publicado libros como ‘El verano que trajo un largo invierno’ (Quorum Editores, 2005), ‘Viaje al centro de mis mujeres’ (Editorial Proust, 2016) , ‘Memorial a Ellas’ o ‘Que su rastro no se borre’ (Editorial Proust, 2018). En la actualidad, colabora con varias revistas literarias y es articulista de ‘La Voz del Sur’. La autora de ‘La culpa la tuvo Eva’ afirma que los relatos que conforman el libro “están dirigidos por igual a hombres y mujeres, aunque, ciertamente, a unas y otros el título pueda evocarles sensaciones distintas”.
‘La culpa la tuvo Eva’ (OleLibros) es un conjunto de relatos cuyo hilo conductor es el libre albedrío de los seres humanos, esa capacidad de optar entre distintas alternativas que se nos ofrecen o de crear otras nuevas. Entre sus historias encontraremos a un ranchero australiano que se ve obligado a abandonar su tierra por la sequía; a una víctima de violencia de género que se siente obligada a ayudar a su maltratador; o a una superviviente del desastre de Chernóbil, entre otras. Vía telefónica charlamos con Alicia Domínguez sobre su nuevo trabajo literario.
Pregunta: Un viejo chiste dice que las mujeres son más listas que los hombres porque Eva mordió la manzana cinco minutos antes, ¿hasta qué punto el título es una mirada hacia la primera mujer y señalarla como culpable?
Alicia Domínguez: Tiene su gracia lo que acabas de decir, tanto por el chiste como la pregunta que planteas. Creo que poner a Eva en el título es como el indicativo de lo que la cultura que henos recibido, la cultura judeocristiana, nos ha legado y nos ha transmitido. Es como un acercamiento al tema de la culpa por disponer de la capacidad del libre albedrío. Eva rompió ese acuerdo y abrió el camino de tomar decisiones propias y personales y con ello invitó a Adán a seguir el ejemplo. Lo veo más como un guiño irónico al tema de la culpa que una estigmatización hacia Eva, el título no encierra ninguna crítica ni hacia Eva ni hacia la mujer.
P.: ¿Esta reunión de relatos ya estaba preconcebido o nace dentro de un nexo que fuiste descubriendo en otros relatos tuyos?
A.D.: En realidad nace de un relato escribí y que finalmente da título al libro. Fíjate que el subtítulo del relato es Elogio del libre albedrio y creo que eso da muestra de las consecuencias que tiene nuestra propia capacidad de elección en la toma de decisiones y deseaba destacarlo. En el libro cuatro personas de cuatro lugares distintos del planeta (Brisbane, Kiev, Barcelona y Nueva York) toman al mismo tiempo una decisión trascendental para sus vidas y saben que con ello sus vidas dará un giro. Como las historias de ellos hay miles de historias en las que sus protagonistas se hallan en encrucijadas que marcarán su vida para siempre, así que me dije “¿por qué no escribir algunas de esas historias?” y…, así fueron surgiendo los demás relatos hasta completar los veintiuno que componen el libro, cuyo hilo conductor es el libre albedrío de los seres humanos, esa capacidad de optar entre distintas alternativas que se nos ofrecen o de crear otras nuevas. Una capacidad que debemos, precisamente, al pecado original que le endosaron a Eva y que tanto nos ha marcado a las mujeres a lo largo de la historia. Creo que elegir nuestra vida es el regalo más preciado que hemos recibido como humanos, y eso va estrechamente ligado al concepto de responsabilidad, de moral, de ética.
P.: ¿Se convierte la mujer, de manera inevitable, en protagonista ‘La culpa la tuvo Eva’?
A.D.: Sí y no. No es la única protagonista pero, ciertamente, los relatos en los que ellas lo son tienen una carga emocional muy intensa: Si pudiéramos cambiar la realidad, dedicado a Juana Monge, asesinada por su marido cuando iba a tratar de convencerlo de que se sometiese a quimioterapia para luchar contra el cáncer que padecía; Eterna como Nueva York, cuya protagonista, Lucy, es una mujer tan llena de vida que resulta un hueso duro de roer para el cáncer, no así para el amor; La enana no ha aterrizado en la plaza, una metáfora sobre la necesidad de fluir con la vida, incluso dejándose arrastrar por un tornado; Redención, dedicado a todas esas mujeres que arrastraron el estigma de vencidas en una guerra que les asignó el papel de víctimas sin llanto; Once minutos, basada en el accidente de aviación de Germanwings en los Alpes en 2015 y cuya noticia, oída en la radio por su protagonista, le provoca una revolución interna inimaginable para ella hasta ese momento.
P.: Tus relatos tienen una parte emocional muy acentuada, ¿buscabas ese grado de implicación en el lector?
A.D.: Sí, en gran parte sí. Estoy firmemente convencida de que la literatura deber remover, agitar nuestra conciencia, obligarnos a enfrentarnos a determinadas cuestiones que aún se hacen bola en el estómago de nuestra sociedad: la homosexualidad; la violencia de género , la física llevada hasta el asesinato o la psicológica que mata en vida, como relato en Piezas de caza; las secuelas imborrables que arrastran los vencidos de la Guerra Civil ante la falta de reconocimiento histórico que aún padecen; la enfermedad, entendida como una oportunidad de beberse la vida a tragos largos y sin desperdiciar ni un sorbo; el drama de la inmigración y el planteamiento moral que debemos hacernos ante ella; la dicotomía entre conciencia y éxito en un mundo que valora solo este último y desprecia la moral… Aspiro a que cuando el lector o la lectora llegue a la última página de este libro, lo haga con un montón de preguntas cuyas respuestas serán muy distintas según el bagaje de cada uno.
P.: ¿Cómo trabajaste la estructura del libro? ¿Ya sabías cómo generar cierta cohesión para tener un denominador en común?
A.D.: En este libro hay de todo en cuanto a la estructura de los relatos. Están los que siguen un patrón clásico y los que se lo saltan para agilizar la trama. En uno u otro caso, mi interés es sorprender al lector, a veces, incluso, engañarlo un poquito; y para ello me parece una buena idea reservar para el final la información que da sentido al conjunto. Aunque reconozco que también me gusta ir dejando miguitas a lo largo del relato a través de las cuales el lector pueda entender el final. En uno y otro caso, los protagonistas, que acaban teniendo vida propia y, consecuentemente, opinión sobre cómo quieren acabar su historia, me van guiando a lo largo del relato. El proceso de creación siempre es imprevisible y, a veces, te lleva a terminar de un modo que no habías imaginado. Así me ocurrió en Redención, basado en la historia real de mi abuela, quien, en un momento de su vida cuando ya el Alzheimer se había llevado todos sus recuerdos, coincidió en la habitación de un hospital con la que en mi familia se había especulado que había sido la amante de mi abuelo. Yo tenía muy claro cómo debía terminar esa historia; sin embargo, Ana y Lupe, sus protagonistas, me acabaron imponiendo otro final, un final de redención, como reza en su título. Y, sin saberlo, me redimieron ellas también de la pesada carga que los vencidos arrastramos en este país.
P.: ¿Dirías que los relatos que componen ‘La culpa la tuvo Eva’ son tristes o esperanzadores?
A.D.: La tristeza es un estado natural del ser humano que debería ser asumido con normalidad, pero en esta era de las redes sociales parece que estuviéramos obligados a estar siempre alegres, a mostrar nuestro lado más chic, más festivo, más despreocupado. Y así es casi un pecado confesar que estamos tristes. En ese sentido, profeso una gran admiración por el pianista James Rodhes, un personaje público capaz de confesar sin pudor que padece una depresión, como un modo de ayudar a otras personas que están en su misma situación. No me considero una persona triste, pero reclamo la tristeza en el mundo. Por otro lado, la esperanza es lo que nos mueve a proyectar el futuro, a surfear las dificultades, a levantarnos cada día y soportar las cotidianas mezquindades de la vida. Se nos insta a vivir en el presente, pero eso no está reñido con tener la vista puesta en el futuro y, para ello, la esperanza es nuestra mejor arma. Y digo esto es un momento en el que la pandemia se ha llevado por delante muchas certezas y nos ha dejado con una sensación de intemperie que aún no sabemos manejar. Pero es ahora cuando, precisamente, debemos tener esperanzas como un mecanismo de resistencia. Por ello, ambas, esperanza y tristeza, están presentes en los relatos conviviendo con otros sentimientos y emociones como el amor, el del hijo que ama con una ternura redentora a su madre, maltratada por el padre; el del marido capaz de renunciar a algo muy querido por salvar a su mujer; el adolescente que quedó sepultado bajo el manto de la madurez y que vuelve tenaz y obstinado…; el miedo a perderse a una misma; el enfado y la rabia que provoca el distanciamiento entre madres e hijas, así como la alegría del reencuentro…
P.: ¿Crees que es un libro que por su título será más leído por mujeres que por hombres?
A.D.: María Alcantarilla, que ha escrito el prólogo, lo cataloga como un libro de lectura obligatoria para Adanes y para todas nuestras Evas. Estos relatos están dirigidos por igual a hombres y mujeres, aunque, ciertamente, a unas y otros el título pueda evocarles sensaciones distintas. Para quien creen en ese pecado original, resultará una confirmación de su creencia y de cómo el libre albedrío ha generado sufrimiento. Sin embargo, para mujeres y hombres que creen en el valor de la igualdad, y en el feminismo como medio de conseguirlo, el título puede evocar el triunfo de la libertad frente a la imposición de un paraíso hecho para nosotros, pero sin nosotros; el reconocimiento de todas esas Evas pecadoras que hicieron de nuestra vida algo mucho más real y, sobre todo, mucho más humano.
P.: ¿Cuál es el lector de este tipo de relatos?
A.D.: A cualquier persona que quiera entender un poco la naturaleza humana poniéndose en el pellejo de los protagonistas que desfilan por sus relatos: personas que sufren; que pelean por vivir la vida que desean, aunque otras se resignan a abrir apenas una grieta en la rutina; que tienen miedo, pero, a pesar de todo, se atreven; que aman; que buscan la justicia, aunque no siempre la encuentran; que ansían vivir con dignidad, que luchan por no traicionar su conciencia y por servir para algo en un mundo dislocado que nos instrumentaliza para sus fines sin importar el coste que ello tenga a nivel individual… Mujeres y hombres tan maravillosos y tan miserables como cualquiera de nosotros pueda llegar a ser. ¿Qué tienen en común un ranchero australiano que se ve obligado a abandonar su tierra por la sequía con un inmigrante ecuatoriano cuya vida se quebró por culpa de un desgraciado accidente? ¿O una auditora cuyos escrúpulos le impiden falsear las cuentas de una multinacional con un oficinista cuya vida gris se ve alterada por la adquisición de un callicida con el que establece una relación casi erótica? ¿O una víctima de violencia de género que se siente obligada a ayudar a su maltratador, aun a riesgo de su vida, con una superviviente del desastre de Chernóbil? ¿O una enana, convertida en mujer bala, con un yonqui que urde un plan para desvalijar la casa de una anciana? ¿O una enferma de cáncer ávida de vivir su último viaje a Nueva York con un médico de un CIE en lucha entre lo moral y lo legal? ¿Y todos con Eva, la primera mujer? Tal vez nada o tal vez todo… Un todo basado con ese supuesto pecado original que nos hizo libres, aun a riesgo de sufrir.
P.: Alicia, muchas gracias por mostrar el mundo interior de ‘La culpa la tuvo Eva’ y tu trabajo como autora, te deseamos mucho éxito con el libro.
A.D.: Gracias a vosotros, fue un placer y…, espero que los lectores disfruten con las historias que contiene el libro. Un saludo.








