Es costumbre en mi persona, si las condiciones y la ocasión lo permiten, comprobar por mí mismo algunas de las afirmaciones más llamativas que escucho en los avezados y lenguaraces políticos, especialmente los más cercanos, los del Ayuntamiento de Valencia. Y la verdad es que, tras las primeras experiencias en este sentido, es curioso ver lo fácilmente que descubrimos a los mentirosos, los que retuercen la realidad en su beneficio e, incluso, aunque son las menos de las veces, a los más rigurosos y coherentes.
Es con este espíritu y motivación que, este fin de semana, me propuse comprobar en persona las acusaciones vertidas por la oposición hacia el llamado Govern de la Nau, asegurando que algunas calles de mi querida ciudad de Valencia están sucias y la vegetación, abandonada a su suerte, descontrolada y con falta de mantenimiento.
Escogí al azar una calle que conozco perfectamente y que tiene la suficiente vegetación en su dotación estructural como para ver un ejemplo que se pueda tomar como muestra -o no- de dicha tesis. La calle Reus cumple con mis expectativas investigadoras porque mantiene en su mediana, desde el cruce con la avenida de Burjassot hasta el de la avenida de la Constitución, a partir de donde su continuación natural hacia la calle Sagunto se convierte ya en la calle Ruaya, una larga hilera de altísimas palmeras que, de no ser cuidadas, deja notorias muestras de abandono. Y, efectivamente, encontramos varias palmas en plena calzada, caídas sin duda de esas altas palmeras. Tamaño y consistencia tienen como para causar un buen chichón si en su caída han tenido el tino de encontrarse con la cabeza de algún transeúnte.
Bajamos la vista el suelo y nos encontramos con algo que debió ser un día un alcorque, para los legos en la materia el agujero, en este caso con forma cuadrada, en cuyo centro se ubica el árbol y cuya limpieza resulta importante, si no crucial, no solo desde el punto de vista estético sino hasta higiénico. La profusión vegetal de la gran mayoría permite ocultar el propio alcorque y en algunos casos cubre gran parte de la acera, dificultando el paso de peatones.
Seguimos camino y encontramos, por fin, un alcorque sin vegetación, pero he aquí que en su lugar el agua -llovió el sábado copiosamente- nos da el aspecto de una pequeña y sucia 'piscina', con botes de refresco, botellines, envoltorios varios, colillas y algún que otro excremento -queremos creer que de origen animal-, flotando en una escatológica sopa urbana.
No vale la pena profundizar en el inexistente drenaje porque tampoco vamos ahora a pretender colocar el sistema del estadio Ciutat de Valencia -que por cierto, qué bien trabajó el sábado durante el partido entre el Levante y el Leganés- en cada alcorque de la ciudad. Pero sí llamar la atención sobre los 'flotantes' objetos que, de haber permanecido limpio, no 'aderezarían' de forma tan visual el improvisado estanque.
Tiempo tenemos de encontrarnos por la acera muestras del producto de las palmeras, los puñeteros y resbaladizos dátiles, desparramados en cantidades importantes y desafiando la verticalidad de ciudadanos y ciudadanas a poco que descuiden la pisada. Si al menos se pudieran comer..., pero no.
Y caminando, caminando, llegamos a la altura del primer espacio que parece haber sido alguna vez un jardín urbano, ahora convertido en solar con verde especial para que los canes y otros animales de compañía puedan depositar con mayor discreción sus deposiciones, valga la redundancia.
Tampoco aquí parece haberse pasado, en mucho tiempo, un rastrillo, azada o tijeras de podar. Setos que ya no son setos sino una descontrolada mata de plantas que avanza amenazante hacia el paseante, toneladas de hojas de varias temporadas acumuladas que junto a los excrementos antes mencionados y otros enseres y objetos más o menos putrefactos se aprestan a conformar una compacta cobertura de hummus infecto.
Ésta es la estampa que se abrió a nuestro paso, en poco más de un cuarto de hora de paseo, por una calle cualquiera de nuestra ciudad. Pero no me resisto aún. Una buena exposición de hechos como ésta tiene que encontrar una segunda muestra que confirme o desautorice esta primera, lo cual prometo cumplir en el siguiente paseo. De verdad. Una semana de margen para que a quien corresponda se ponga las pilas y me desdiga.