Hace más de un siglo que se inauguró la sala de teatro que hoy conocemos como Teatre Talia.
Nacida en el seno de una organización católica destinada a atender las necesidades de la clase obrera de entonces, la sala ponía en cartel obras populares tanto en castellano como en valenciano. No es una temeridad suponer, pues, que bien pronto programara una obra de Lope de Vega, el dramaturgo amado por el pueblo y que durante centenares de años constituyó el sustrato ideológico no religioso de la sociedad española más humilde. Los hombres y mujeres de las grandes y pequeñas ciudades, sin acceso a estudios, no llegaron nunca a ser sabios pero sí “versados”, y los versos los ponía Lope.
Ayer, sobre la escena del Talía, se “estrenó” La Dama Boba de Lope de Vega. Estará en cartel siete días más. Subrayo lo de se estrenó porque se trata de unos versos que ya se oyeron sobre un escenario hace casi cuatro siglos.
Bajo la dirección valiente e inspirada de Victoria Savelieva, cuatro actores y dos músicos dan vida de nuevo, a una obra magistral nacida en el Siglo de Oro.
La sorpresa, sin la que no es posible la catarsis en el teatro, es la aparente falta de sorpresa. Todo en la obra es sencillez, armonía, belleza y atrevimiento. Fe en Lope. Y el Fénix de los Ingenios, como lo llamaba Cervantes, nunca defrauda.
Empieza la obra con un inadvertido artificio pirandelliano que sutilmente incorpora a los espectadores a la escena. En ello, José Olmos está magnífico. Nadie se da cuenta, pero a partir de ahí ya no hay Lope en el siglo XXI, son los espectadores los que asisten embobados a una representación en el siglo XVI.
Qué sorpresa entender y vibrar con un texto en verso; sonreír con la genuina inocencia de Finea, Pilu Fontán; escandalizarnos con el arrebato machista o amar con la delicada y decidida pasión de Alberto Baño; solidarizarnos con la “moderna” independencia de Nise, Rossana del Carpio…, y todo es así porque, durante todo nuestro viaje en el tiempo, hora y media que se desliza sin darnos apenas cuenta, somos conducidos con delicada firmeza por un guía que nos descubre los secretos de cada momento.
Lo mejor de todo, sin duda, es que el espectador termina embelesado y feliz de haber captado el atrevido mensaje de unos versos que, hace trescientos años, Lope de Vega escribió, sobre una cuartilla en blanco, con tinta negra que manaba de una pluma de oca.
¡¡Bravo!!